Faenando en tierra

Faenando en tierra

Para Ana Vera y para que aunque haya pasado la Navidad, muy pronto: Ande, ande, ande la marimorena.

NAÚFRAGO DEL AIRE

El cielo desprende magia en este atardecer, se respira alegría en el aire y el sol ha perdido la suficiente fuerza para abandonar su despiadado fulgor y convertirse en suave luz que acaricia la vista; el viento acompaña mi viaje y despeja la bruma del atardecer, dejando el horizonte limpio y claro. Bajo mis alas, en la lejanía, las olas mecen a los barcos que en pulcro orden, casi militar, se reparten espacio y seguridad en el pequeño puerto de aquel pueblo costero; el entrechoque de las velas contra el mástil, el sonido que produce el viento al golpear sobre los aparejos, el crujir de las cuadernas sube perezoso por el aire hasta mis oídos y la distancia hace que parezcan bostezos humanos que acompañan al rumor pausado del mar.

Desde la altura, el aire cargado de salitre confunde a la vista, los contrastes se acentúan y el verde y blanco de la costa se apaga en un pardo grisáceo; el azul turquesa del mar centellea con tonos plateados y rojizos, según las olas que abrazan la playa, levanten más o menos sus crestas; el faro situado en la punta del espigón y que señala la entrada del puerto se enciende automáticamente y lanza su luz amarillenta al infinito a impulsos contados y precisos, para que cualquier habitante del mar sepa leer su código y conozca su posición; la arena muta el color beige de donde la alcanzan las olas, por el dorado de la playa y según se acerca a los cerros palidece con la caricia de la retama y el romero para perderse por último a pies de un bosque de tejos.

El horizonte se broncea en este atardecer del último día de verano y se viste con un resplandor prodigioso e íntimo para recibir al prometido otoño. El cielo se diría que arde, pero no es un fuego destructor, es anuncio del renacer de una nueva estación, la llamada de una nueva vida. Y yo soy tan solo un reflejo más en el cielo, me fundo con la brisa, planeo por ella y vuelo hacia el arrecife donde me esperan los míos. Entre las rocas, los restos de un naufragio, tablas aferradas entre las rocas que fueron parte de una barca de alguien que hace un tiempo soñó lo que ahora contemplan mis ojos y salió a buscarlo.