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D Nissen


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Rashid

Antes, no sabía que el ser humano podía excitar a los burros. Un día, mi madre me envió a llevarle hierba a los corderos y a las vacas. Me monté en mi burro y cogí el camino. Hacía un día bonito; hacía sol pero no mucho calor. Estaba muy contento y cantaba mis canciones favoritas, pero mi cariñoso burrito cambió todo esto de una manera inesperada. Mientras cortaba la hierba, noté que mi burro me seguía con sus ojos de una manera extraña y controlaba todos mis movimientos.

Me sorprendió cuando estaba inclinado. Saltó encima de mí y me quiso follar. Su aparato genital era enorme. Me escapé de él, me fui corriendo y él me siguió. En la entrada de la casa, mi madre me preguntó por la hierba. Yo le contesté que en el campo no había y que seguramente los vecinos la habían cortado toda. Me echaron fuera diciéndome que estaba ciego. A partir de ese día, yo sabía que había que tener mucho cuidado con los burros cuando estás solo con ellos.

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