Una semana con la Condesa Boronat, de profesión vampira
Voy a relatar aquí la historia de cómo la compañía agradable, esa que todos buscamos virgen en algún momento, se corrompe con los celos, las envidias… Se prostituye con el exceso de palabras vanas y el estrecho contacto usurpador del espacio vital.
Da igual cómo conoció a la Condesa Boronat, lo que importa es que encontró consuelo a sus silencios dentro de su risa, la de ella, contagiosa y de dientes siempre dispuestos. Encontró aire en sus halagos, los de ella, zalameros y constantes. Se sintió cómoda ante la independencia de ella de modo que pensó que nunca (ella) cruzaría la frontera existente entre la solicitud y la incorrección.
Pero tras las bromas, las lisonjas, las confidencias y la complicidad de ella se escondía el deseo profundo de la posesión. La Condesa necesitaba los conocimientos que no adquiría por sí misma, bien por desidia o bien por incapacidad. Encontró en la otra ella su fuente inagotable de alimento, de consuelo; cada idea que la otra ella tenía, la Condesa la hacía suya… Intentó llevar más allá de la afinidad su relación y empezó a basarla en la conveniencia. Succionaba su energía (la de la otra ella) agotándola a base de verborrea interminable, de risa estridente, de presencia constante, de problemas inexistentes… Intentó la Condesa acampar en su espacio, el de la otra ella, para hacerlo suyo y vivir cómodamente en una amalgama de vidas prestadas que complementaran la suya triste que tanto despreciaba. Se regalaba de sí misma alabando sus propias virtudes en detrimento de las de la otra ella, pero con tiento: cuando lo consideraba necesario volvía a ensalzarla, a la otra ella, para insuflarle un poco de aire cargado ya de una alta dosis de anhídrido carbónico.
No se sabe si fue ella misma en su hastío o es que la otra ella dejó de controlar la situación. Pero un día apareció la soga en su dormitorio, el de ella, junto con sus enseres personales…
Ramon Gamell 13/04/2012 22:32
¡ Genial !yªmpo 13/04/2012 14:32
¡Chapeau!