The singer manfc.co

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Por la ventana abierta de par en par de mi habitación entraban a borbotones los sonidos de la calle: el chirrido agudo de la pulidora del taller de taracea; el tío de la luz llamando a los vecinos para ver el contador; la suave cadencia del martillo de Paco el zapatero; el trepidar monótono de las máquinas de la carbonería moldeando bolas de carbón para los braseros; el semanero desde el portal: ¡El semaneroooo! -y las risas de las vecinas que bajaban a pagarle dos ollas o el aparato de radio; la voz de Ramón, el panadero del horno del Moral -¡Conchitaaaa!- cuando nos traía las dos hogazas de pan; el grito del trapero de la Verea de los Pinchos: ¡Compro el cobre viejo y el hierro viejoooo!; la agrillada sierra de Fernando el carpintero; el pregón del sillero que le ponía culos nuevos a las sillas de anea sentado en el bordillo del arriate; el murmullo dulce y tenue del obrador de pastelería; el afilaor sacándole increíbles melismas a su silbato; el tío de la miel: ¡Miel de calderaaaa! Y los niños que coreaban: ¡Pa ti y pa tu agüelaaaa…!
Y sobre aquella música que arrastraba el aire -¿acaso no eran música aquellos sonidos de la calle?- el alegre repiqueteo de la máquina de coser de mi madre -hoy tan añorado- desparramándose por todos los rincones de la casa…